En el auge nuestras tradiciones y leyendas que conforman la cultura mexicana, el Día de Muertos ocupa un lugar especial. Esta celebración honra el regreso de las almas de los difuntos, quienes, según la creencia, vuelven a recorrer el camino hasta sus hogares en compañía de un viento otoñal y son recibidos con ofrendas llenas de sus alimentos favoritos, flores y recuerdos cariñosos de sus seres queridos, conoce al Xoloitzcuintle, el perro que guía almas hacia el Mictlán.

Dentro de esta cosmovisión, la muerte no es un fin, sino el inicio de un desafiante trayecto espiritual.

Entre los elementos simbólicos que conforman esta travesía destaca el xoloitzcuintle, un perro ancestral con profundas raíces en las creencias mexicas.

Para los antiguos mexicas, el xoloitzcuintle, también llamado “xolo”, no solo era un compañero terrenal sino un guía espiritual con la misión de acompañar a las almas de los difuntos en su recorrido hacia el Mictlán, el inframundo donde se encontraba Mictlantecuhtli, el dios de la muerte.

La leyenda cuenta que este perro sagrado ayudaba a las almas a cruzar obstáculos complejos, como el temido río Apanohuacalhuia, evitando que se perdieran en el vasto inframundo.

La importante misión del Xoloitzcuintle

El xoloitzcuintle, un perro originario de México y de aspecto inconfundible, desempeñaba una misión vital: guiar las almas por los nueve niveles del Mictlán.

Sin embargo, no cualquiera era digno de su ayuda; las creencias antiguas sostenían que aquellos que habían maltratado a los perros en vida serían abandonados en el inframundo, incapaces de superar el primer obstáculo.

Por el contrario, quienes habían sido bondadosos con los animales recibían la guía de este noble compañero.

El color del xolo también era relevante: un perro negro indicaba experiencia, pues había guiado a suficientes almas y no estaba obligado a hacerlo más; en cambio, los xolos jóvenes o claros aún no contaban con la madurez necesaria para asumir esta sagrada responsabilidad.

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Los nueve niveles del Mictlán: Un camino de desafíos

El viaje hacia el Mictlán no es sencillo. Tras la muerte, el alma debe emprender un arduo recorrido que puede durar hasta cuatro años y que atraviesa nueve niveles, cada uno representando desafíos físicos y espirituales.

Estos son:

  • Itzcuintlán (El Lugar de los Perros): Un ancho río que solo puede cruzarse con la ayuda del xoloitzcuintle.
  • Tepectli Monamictlan (El Lugar Donde los Cerros se Juntan): Dos montañas que chocan entre sí, obligando a las almas a cruzar rápidamente.
  • Iztepetl (La Montaña de los Cuchillos): Una montaña de cuchillos de obsidiana que rasgan a quienes la atraviesan.
  • Izteecayan (El Lugar Donde los Vientos Cortan Como Navajas): Vientos helados que desgarran con cuchillas de obsidiana.
  • Paniecatlacaloyan (El Lugar Donde la Gente Vuela y Cae Como Flechas): Vientos violentos levantan y sueltan a las almas.
  • Timiminaloayan (El Lugar Donde Te Flechan): Flechas invisibles simbolizan recuerdos y penas de la vida.
  • Teocoyohuehualoyan (El Lugar Donde las Bestias Te Devoran): Jaguares representan miedos y angustias.
  • Apanohuaia (El Río de la Sangre): Las almas deben cruzar este río sin la ayuda del xolo.
  • Chicunamictlán (El Mictlán Propiamente Dicho): Último nivel donde las almas se encuentran con Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, encontrando finalmente el descanso eterno.

Un legado preservado

A pesar de haber estado al borde de la extinción durante la colonización, el xoloitzcuintle sobrevivió en comunidades rurales y hoy en día ha sido recuperado como un símbolo cultural de México.

Su imagen se incluye en altares y ofrendas de Día de Muertos, evocando no solo su significado histórico, sino también la conexión espiritual que se preserva a través de las generaciones.

Este noble animal es más que un compañero, es el vínculo entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y un recordatorio de la compleja y profunda visión de la muerte en la tradición mexicana.

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