Lady Di, la eterna princesa del pueblo, volvió a captar los reflectores en la Met Gala de 1996 con un atuendo que dejó a todos boquiabiertos y que desató tanto admiración como controversia.

La princesa, recién separada del príncipe Carlos, optó por un audaz vestido lencero de seda azul oscuro, desafiando así las convenciones reales y marcando un hito al convertirse en la primera princesa en asistir al prestigioso evento.

El diseño, cortesía de la casa francesa Dior, presentaba un escote pronunciado que contrastaba con la sobriedad habitual de los atuendos de la realeza.

Esta elección audaz fue interpretada por muchos como un acto de rebelión y de afirmación de su independencia personal frente a las restricciones de la monarquía.

Acompañando su look, Lady Di lució un collar de perlas con zafiros, así como un juego de pendientes regalados por la reina Isabel II en su boda.

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Con un maquillaje que resaltaba sus labios, la princesa demostró una vez más su habilidad para combinar elegancia y modernidad.

Sin embargo, detrás de la aparente seguridad en sí misma, se escondía una sensación de incomodidad.

Según la periodista experta en realeza Katie Nicholl, Diana no abandonó la gala debido al jet lag, como se había especulado, sino porque se sentía un tanto avergonzada por su elección de vestuario.

Temía que su hijo mayor, el príncipe William, entonces adolescente, se sintiera incómodo o avergonzado por su atuendo.

A pesar de sus dudas, el paso de Lady Di por la Met Gala de 1996 quedó grabado en la memoria colectiva como un momento icónico de su reinado como ícono de la moda y de su lucha por encontrar su propio camino fuera de las restricciones de la realeza.

Con este arriesgado look, la princesa dejó claro que estaba lista para escribir su propia historia, lejos de los protocolos y expectativas impuestas por la corona.

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