El vibrante color morado ha llegado a ser el estandarte de la lucha feminista en todo el mundo, pero pocos conocen la trágica historia que lo convirtió en un símbolo de la búsqueda de igualdad de género.

Remontémonos a un oscuro episodio que marcó el inicio de esta conexión.

A principios del siglo XX, en Nueva York, la fábrica textil Triangle Waist Co. fue testigo de uno de los mayores desastres laborales de la historia.

La mayoría de sus empleadas eran mujeres jóvenes, inmigrantes que buscaban una vida mejor en América.

Sin embargo, sus sueños se vieron truncados el fatídico 25 de marzo de 1911, cuando un incendio desató el caos en las instalaciones.

Con las puertas cerradas para evitar robos, las trabajadoras quedaron atrapadas dentro mientras las llamas devoraban el edificio. 146 personas perdieron la vida en el siniestro, la mayoría mujeres.

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El humo que emanaba de la fábrica, visible desde toda la ciudad, adquirió un tono morado debido a los tejidos que allí se producían.

Este desgarrador suceso se convirtió en un símbolo de la injusticia y las precarias condiciones en las que muchas mujeres trabajaban.

Desde entonces, el morado quedó ligado a la lucha feminista, recordando la valentía de aquellas que perdieron sus vidas en busca de una vida mejor y condiciones laborales justas.

Pero el uso del morado como símbolo feminista no se detuvo ahí.

Durante el movimiento sufragista, las mujeres que exigían el derecho al voto adoptaron el morado junto con el blanco y el verde como colores representativos de su lucha.

Para ellas, el morado simbolizaba la sangre real que corría por las venas de cada mujer que luchaba por sus derechos.

Desde entonces, el morado ha inundado las calles cada 8 de marzo, recordando a las generaciones pasadas y futuras que la lucha por la igualdad de género continúa.

Es más que un simple color; es un recordatorio de la resistencia y la esperanza que impulsa a las mujeres de todo el mundo a seguir adelante en su búsqueda de justicia y equidad.

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