Cada 5 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Mujer Indígena, una fecha instituida en 1983 durante el Segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América.

Este día honra la memoria de Bartolina Sisa, una valiente guerrera Aymara que luchó contra la dominación colonial y fue brutalmente asesinada el 5 de septiembre de 1782 en La Paz, Bolivia.

Su legado es un símbolo de la resistencia y la resiliencia de las mujeres indígenas frente a la opresión.

En este marco, es crucial reconocer los valiosos aportes de las mujeres indígenas en la defensa de sus territorios, la protección de los conocimientos tradicionales y la transmisión de sus culturas y lenguas.

Sin embargo, también es imperativo abordar las profundas brechas que persisten entre las mujeres indígenas y el resto de la población en términos de desarrollo y bienestar.

Según la Encuesta Intercensal 2015, en México viven 6.1 millones de mujeres indígenas, lo que representa el 51.1% de la población indígena del país.

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A pesar de su contribución invaluable, estas mujeres enfrentan condiciones de vida precarias comparadas con las de la población no indígena, como se detalla en el informe de CONEVAL “La pobreza en la población indígena de México, 2008 – 2018”.

Las disparidades más marcadas se encuentran en estados como Durango, Nayarit, San Luis Potosí, Chihuahua, Yucatán, Hidalgo y Chiapas.

El Comité de la ONU que supervisa la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, vinculante para México desde 1981, recomendó en 2018 incrementar los recursos para la educación y salud de las mujeres indígenas, así como mejorar su acceso a la propiedad de tierras y servicios básicos.

Sin embargo, las instituciones mexicanas aún tienden a invisibilizar a las mujeres indígenas, como se observa en la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), que no considera la pertenencia étnica en la recolección de datos sobre violencia.

Además, las mujeres indígenas han sufrido graves violaciones a sus derechos reproductivos.

Entre 1970 y 1981, se realizaron aproximadamente 1 millón 300 mil esterilizaciones femeninas en México, principalmente en comunidades indígenas.

Muchas de estas esterilizaciones se realizaron sin un consentimiento informado adecuado, evidenciando un contexto de coerción y falta de autonomía.

Un símbolo de la resistencia y la resiliencia de las mujeres indígenas

En cuanto a la propiedad de tierras, a pesar de que las mujeres representan una proporción creciente de la fuerza laboral rural, la titularidad de tierras sigue siendo desproporcionadamente dominada por hombres.

Los datos del Registro Agrario Nacional muestran una notable disparidad en la representación femenina en los órganos de decisión agraria.

A nivel global, informes de la FAO destacan que las diferencias de género en el acceso a la tierra y al crédito afectan la capacidad de las agricultoras para invertir y beneficiarse de nuevas oportunidades económicas.

La participación de las mujeres indígenas en la toma de decisiones ha mejorado, con un mayor número de líderes emergiendo en tribunas nacionales e internacionales.

Sin embargo, persisten barreras, como los techos de cristal impuestos por los partidos políticos que limitan la representación indígena en el Congreso Federal.

El Día Internacional de la Mujer Indígena es una oportunidad para reflexionar sobre estos temas y reafirmar el compromiso con la igualdad y el respeto hacia las mujeres indígenas.

Como recordamos a las mujeres indígenas que marcharon en el #8M, es fundamental que el feminismo sea antiracista para ser verdaderamente inclusivo y efectivo. Sin mujeres indígenas, no hay paridad, y sin un compromiso serio con sus derechos, no habrá justicia social.

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