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La deuda pública… ¿atrapados y sin salida?

La deuda pública de PEMEX afecta a la economía mexicana
La deuda pública de PEMEX afecta a la economía mexicana

CUIDADO CON EL GASTO: Imagine usted que una familia tiene un ingreso mensual de $1,000 y gasta $1,200 cada mes. Para cubrir la diferencia de $200, la familia usa una tarjeta de crédito, acumulando deuda, más intereses, por supuesto.

Si esta familia sigue gastando más de lo que gana, sin ajustar sus ingresos o reducir sus gastos, eventualmente alcanzará el límite de su tarjeta y ésta le será cancelada. Además, seguramente  enfrentará problemas para pagar los intereses. También es previsible que empiece a disminuir el consumo de artículos, básicos o no, que condicionaban su calidad de vida. Por último sufrirán la pérdida de su estatus social y la venta o empeño de artículos que antes adquiría sin dificultad. Empezando por la pantalla de 85 pulgadas que adquirió en oferta inigualable en el último “Buen Fin”.

¿Cómo funciona un país?, bueno, elevado a la enésima potencia, exactamente igual que una familia. De acuerdo a la actividad económica de los mexicanos productivos (los subsidiados no lo son), existe un Ingreso nacional: Supongamos que el gobierno recauda $1,000 en impuestos al año, pero para satisfacer sus necesidades, proyectos e intereses políticos (muchas veces improductivos), de de ejercer muchos Gastos nacionales, para nuestro ejemplo, gasta $1,200 en programas sociales, infraestructura y otros servicios; lo que provoca un déficit anual, los $200 de diferencia se financian mediante deuda pública.

Con el tiempo, si no se equilibran los ingresos y gastos, la deuda nacional sigue creciendo. Esto genera intereses que también deben pagarse, lo cual reduce los recursos disponibles para otros gastos esenciales. Las propias cifras oficiales señalan este incremento desproporcionado de la deuda pública (contratada por pocos y pagada por muchos) sobre todo a partir de 2018, lo que nos pone, ni más ni menos, en el camino de Venezuela (en impago desde 2017), Cuba o Nicaragua.

Tan solo en 2024, México ha experimentado un incremento notable en su deuda pública, alcanzando niveles que requieren atención. El déficit fiscal programado para este año es de 1.7 billones de pesos, más de cinco veces superior en términos reales al registrado en 2017.

Este aumento en el déficit refleja una creciente dependencia de la deuda para financiar el gasto público. La deuda pública neta de México se ubicó en 49.3% del PIB durante los primeros nueve meses de 2024, superando el 45.7% registrado en el mismo periodo del año anterior.

Este panorama empeora, además de hacerlo por las amenazas de Trump que, de cumplirse, nos meterían en un tobogán de regresión económica superior al 7% anual, por las señales sobre una recesión mundial ocasionada por las guerras, el clima y hasta por la robotización que desplaza a la mano de obra de manera acelerada, sobre todo a la menos calificada, lo que genera una paradoja de mayor productividad y menos competitividad.

Pero nuestros eminentes y demagogos políticos no aprenden lecciones de la experiencia, brincan de un lado buscando sus intereses muy particulares e ignoran y empeoran la realidad nacional.

LECCIONES QUE NO APRENDEMOS: Revisemos un caso similar,  en las décadas previas a la crisis de 2009, Grecia acumuló deuda masiva financiando un sector público ineficiente y gastos corrientes elevados, sin realizar suficientes inversiones en sectores productivos que impulsaran el crecimiento económico. Cuando llegó la crisis financiera mundial de 2008, Grecia perdió acceso a los mercados internacionales y, en 2010, tuvo que ser rescatada por la Unión Europea y el FMI. El país enfrentó una década de austeridad severa, contracción económica y dificultades sociales.

Una combinación de deuda elevada y una economía débil incapaz de generar ingresos suficientes para pagarla resultó en una crisis de deuda soberana. Pero, lo más grave, es que eso ya pasó en México, sin tanta polarización social como ahora, pero generada por muchos de los actores actuales de la crisis que ya se vislumbra.

Para las mentes que no olvidan el 2 de octubre, pero sí las inflexiones económicas críticas y, desde luego, dramáticas, hay que recordarles que durante la década de 1970, México aprovechó un auge petrolero y asumió grandes préstamos externos, apostando a que los precios del petróleo seguirían altos. Sin embargo, los ingresos petroleros se utilizaron en gran medida para financiar gasto corriente y subsidios, en lugar de inversiones productivas.

La economía no diversificó ni fortaleció sectores capaces de generar ingresos sostenibles fuera del petróleo. En 1982, México declaró que no podía cumplir con el servicio de su deuda externa, lo que desató la crisis de la deuda latinoamericana. Esto llevó a la pérdida casi total de las reservas internacionales, a una devaluación sin precedentes del peso y a la reducción de la capacidad de inversión pública por muchos años.

Con el espejismo del petróleo (íbamos a “aprender a administrar la riqueza”) gran parte de los recursos se destinó a gastos corrientes, no a inversiones productivas que impulsaran la economía a largo plazo. El país quedó expuesto a cambios en tasas de interés y precios internacionales, agravando la crisis. Y no aprendimos la lección, nos tropezamos con la misma piedra en 1994.

Aunque no fue un default clásico, la Crisis que generó el “EfectoTequila” también ilustra problemas relacionados con deuda e inversiones. Durante los primeros años de los 90, México atrajo grandes flujos de capital extranjero a corto plazo, pero no los dirigió hacia inversiones productivas. Cuando la confianza se desplomó en 1994, el país enfrentó una fuga masiva de capital y dificultades para pagar su deuda de corto plazo.

Como consecuencia, y ayudados por el auge de la llamada globalización, México tuvo que recibir un rescate financiero liderado por Estados Unidos y el FMI.

En ambos casos, México muestra cómo una mala gestión de la deuda, enfocada en gasto corriente o dependiente de factores externos volátiles (como el petróleo o el capital especulativo), puede llevar a crisis profundas. Al parecer, tampoco aprendimos la lección.

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El Instituto Mexicano para la Competitividad ha señalado que la reducción del déficit fiscal y la deuda pública siguen siendo compromisos poco creíble, ya que los supuestos de crecimiento económico contemplados en el Paquete Económico 2025 no corresponden con las previsiones institucionales.}

Las inversiones en megaproyectos no son productivas, los programas sociales tampoco y la corrupción campea a diestra y siniestra, Las explicaciones no se dan, las divisiones sociales aumentan y las “empresas productivas del Estado” simplemente no producen.

Al 30 de septiembre de 2024, la deuda financiera bruta de Petróleos Mexicanos (Pemex) ascendía a 1.91 billones de pesos (aproximadamente 97.3 mil millones de dólares). Lo que representa el 5.6% del Producto Interno Bruto (PIB) estimado para ese año.

Este saldo muestra un incremento del 6.4% (120 mil millones de pesos) en comparación con el mismo periodo de 2023, cuando la deuda era de 1.79 billones de pesos.

Además, la deuda de Pemex con proveedores y contratistas alcanzó un máximo histórico en el primer semestre de 2024, sumando 362.5 mil millones de pesos, el nivel más alto en los últimos 13 años para un periodo similar. A pesar de las promesas de reducir a 10 pesos el precio del litro de la gasolina, primero, o a que no costaría más de 21 pesos. Esta semana llegamos a 26 pesos y ligamos 6 semanas de incrementos sucesivos. ¿Qué está pasando?

DE FORMA: El análisis de si era mejor destinar los recursos a reducir la deuda de PEMEX en lugar de invertir en proyectos como el Tren Maya o la Refinería Dos Bocas nos señala que esta sola acción pudo haber mejorado la calificación crediticia de PEMEX y del gobierno mexicano, reduciendo el costo de financiamiento para futuras emisiones de deuda.

DE FONDO: Reducir o cancelar la deuda implicaba una disminución de los riesgos financieros para las finanzas públicas. Dado que PEMEX es una de las mayores responsabilidades contingentes del gobierno mexicano y hubiera enviado una señal positiva a los mercados internacionales, fortaleciendo la confianza en la economía mexicana. Para este caso, el “hubiera” sí existe y se llama racionalidad contra populismo.

Adicionalmente,  con datos oficiales, proyectos como la Refinería Dos Bocas y el AIFA, enfrentan sobrecostos y riesgos de viabilidad económica. Mientras que el Tren Maya no va a generar los ingresos suficientes para justificar su costo, será subsidiado de por vida y los militares no recibirán las utilidades que les prometieron alegremente.

DEFORME: La deuda seguirá creciendo y el país decreciendo… al tiempo.

Adalberto Füguemann

Adalberto Füguemann

Economista, conferencista y consultor Asociado y Generador de Alianzas Estratégicas para las firmas Taller Especializado de Arquitectura Mexicana, APLA Consultores, STA Consultores y Esfera