EL RIESGO TECNOLÓGICO: La economía clásica reconoce como factores de producción a la tierra, con su pago que es la renta; al trabajo, con su pago que es el salario; y al capital que recibe como pago a la tasa de interés. La mal llamada economía neoliberal agrega a la Tecnología de la Información y la economía postmoderna señala que es el CONOCIMIENTO (hoy sublime y peligrosamente expresado a través de la Inteligencia Artificial) el principal factor de producción.
Pese a no ser reconocida como factor de producción por algunos economistas, nosotros consideramos que, dada su relación con la productividad y siendo la génesis de la competitividad, LA EMPRESA, (desde un “changarro” hasta Tesla), es, o sería, el sexto factor de la producción y, desde luego, el principio del circuito económico que determina si una economía crece o no.
Sin embargo, para que haya empresa se requieren empresarios. Guillermo Said dice, con verdad, que “hacen falta empresarios en México”. Es decir, sobran “dueños” y faltan emprendedores. Sobran políticos enriquecidos –la empresa de la corrupción- o “factureras al vapor”, vendedoras de todo y fabricantes de nada. Por eso la economía real, no la de la estadística manipulada, no crece… y la pobreza aumenta.
El empresario, originariamente, fue el artesano; posteriormente, un grupo familiar, y en la actualidad, es una persona que dirige una sociedad. El Conde de Saint Simon dijo del empresario que su existencia era imprescindible para el mantenimiento de la vida en sociedad, pudiéndose prescindir de un rey o de un guerrero, pero no de los empresarios.
¿Cuál es, entonces, la función de éstos? Esencialmente, el empresario busca combinar los factores de producción de la forma más adecuada, para conseguir un resultado que produzca beneficios. Dicho resultado se halla supeditado a la creación de un valor excedentario o añadido y, sobre todo, necesario.
Una vez pensado el producto o el bien económico que se va a fabricar o a ofrecer, el empresario que detectó la necesidad tiene que encontrarle un mercado, averiguando si el producto tiene o no cabida en él, si es deseado o no. Después, se trata de hallar la combinación de factores que permita la mayor ganancia (sin ella no hay crecimiento) y el medio de que dispone el empresario para orientar su acción es el precio, elaborado en una economía de mercado más o menos libre. El precio le va a mostrar cuáles son los productos que la demanda requiere o rechaza.
¿Se acuerdan del litio y la promesa de que sería el nuevo petróleo?, bueno, la caída en la demanda bajó en 10 veces su precio en tan solo un año y hoy es más caro producirlo que lo que se obtiene por vender una tonelada. Litiomex, simplemente, es una empresa más subsidiada, como Pemex y la CFE.
PRECIOS DEFORMADOS: Esto se debe a que el precio de venta del producto fabricado (hasta ahora hemos considerado el precio como costo), debe, lógicamente, además de cubrir una necesidad, cubrir el costo de los factores básicos de la producción, y tener un nivel que asegure la retribución del empresario (o el crecimiento de la empresa) y ser lo suficientemente bajo como para que el producto sea alcanzable para el mayor número posible de consumidores a los que se orientó. Por eso la carga impositiva desvirtúa al precio y lo hace muchas veces inaccesible. ¿Ya cargó usted gasolina que cuesta 9 pesos por litro en producción y distribución y por obra y gracia de los impuestos se vende en 25 pesos?
Otra forma, a un nivel más elevado de organización —y comúnmente ignorada por el dueño, ya sea público o privado—, es el plan. La planificación (ordenación de la producción, la distribución y el mercado de un producto en función de un plan) surgió de las necesidades de las dos guerras mundiales (básicamente económicas), del alto costo social del capitalismo liberal y de la desconfianza en el buen funcionamiento de los mecanismos de mercado dirigidos “por una mano invisible”.
Los partidarios de la planificación alegan que la búsqueda del beneficio (la economía del egoísmo) no permite una producción acorde con el bienestar general ni satisface todas las necesidades sociales e individuales. Sin embargo, tampoco lo hace el exceso de gastos o costos innecesarios, como la compra de un avión o el pago de deudas ajenas al proyecto.
En el mundo globalizado, los mecanismos de mercado son ciegos y, así, “sin ver”, ajustan la oferta y la demanda, lo que supone, en ocasiones, un costo social elevado. Hay que tener en cuenta que las rectificaciones solo se pueden llevar a cabo, en principio, “a posteriori”, como reacción a la competencia de China o a los precios del contrabando y de la economía informal.
El incremento de la productividad y su resultado competitivo son la base del aumento de los niveles de vida. Fue el incremento de la productividad lo que posibilitó el aumento de la producción, que, a su vez, permitió un ascenso prácticamente ininterrumpido del nivel de vida de Occidente hasta el siglo pasado y, ahora, de Oriente.
PRODUCTIVIDAD CON DESEMPLEO: La productividad se ha incrementado por la eliminación paulatina de tareas y cometidos secundarios (como los servicios domésticos) cuyo rendimiento ya no correspondía al trabajo necesario. Pero, mucho ojo, el maquinismo, la robótica, la mecatrónica y, más recientemente, la inteligencia artificial, están desplazando al empleo. El próximo dilema económico estará determinado por un exceso de producción a menor costo y una demanda incierta debido al desplazamiento de la mano de obra.
El señor Trump ya prometió una “barrida radical” de burócratas que serán sustituidos por tramitaciones virtuales. Ni él ni su seguidor Elon Musk han dicho qué pasará con la masa de desempleados que este “avance productivo” generará. Keynes señalaba, en los años cuarenta del siglo pasado, que “nos enfrentamos al problema de la acomodación a un cambio que, aunque técnicamente beneficioso, puede ser socialmente desastroso si no se maneja bien”. Parece que el destino nos está alcanzando.
Además del proceso de concentración horizontal o transversal (la famosa y nunca encontrada “ventanilla única”), hay que dar cuenta del vertical. Este se produce cuando una empresa maestra o “eje” absorbe o se fusiona con empresas que la proveen de materias primas o productos semielaborados, o con aquellas que suelen comprar su producción.
Este tipo de empresas predomina y domina el mundo del siglo XXI, y deben ser entendidas como factores de producción y, muy probablemente, de destrucción, si no se alcanzan estándares universales de competitividad. Es decir, productividad sin perder empleos, o mejorar la oferta sin lastimar la demanda. Este es el reto económico del siglo. Ojalá los “políticos” no lo echen a perder. ¿O no es así, Venezuela?
DE FONDO: Los intereses que se pagan por la deuda pública mexicana, contratada por pocos y pagada por todos, ascendieron, en 2018 (antes de que se nos prometiera su disminución), a 526,182 millones de pesos. En 2024, la cifra ascenderá, dado el descomunal incremento de la deuda, a casi un billón de pesos. Cada mexicano deberá 138 mil pesos, un 10.4 % más que el año anterior. La consolidación fiscal no se alcanzará con una previsión de menos ingresos fiscales y más intereses. O se disminuye el gasto o se aumentan los impuestos. Usted apueste.
DE FORMA: El costo de la deuda, es decir, los intereses, supera cualquier partida presupuestal destinada a rubros esenciales. Resulta difícil avanzar en seguridad, salud, inversión o educación. Debemos más, avanzamos menos.
DEFORME: Es insostenible pedir prestado para financiar programas sociales —necesarios, pero no productivos— mientras se restringe el avance en los rubros más importantes de la economía.