INCERTIDUMBRE: Terminamos el primer trimestre de un económica y políticamente incierto 2025 y con un cuasi fascista Donald Trump desbocado, llegamos a un mes de abril que podría ser negativamente histórico para la economía mundial. Las apuestas, claro que sí, se inclinan a un escenario similar al de la Gran Depresión 1929-1933 y al de la Crisis Financiera Global del 2007.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha designado el próximo 2 de abril como el “Día de la Liberación” para implementar una serie de medidas arancelarias destinadas a reducir el déficit comercial y promover la producción nacional. Entre las acciones destacadas se encuentra la imposición de un arancel del 25% a todos los vehículos fabricados fuera de Estados Unidos, medida que entrará en vigor en esa fecha, pasado mañana, plazo fatal, dijo el ocurrente señor Trump.
Además, Trump planea introducir los llamados “aranceles recíprocos” el 2 de abril, éstos buscan igualar las tarifas que otros países imponen a los productos estadounidenses. Esta medida podría afectar especialmente a la Unión Europea y a naciones con las que Estados Unidos mantiene déficits comerciales significativos.
El octogenario presidente ha justificado estas acciones como una forma de corregir desequilibrios comerciales y fortalecer la economía nacional, aunque los que sí estudiaron o entienden de economía advierten sobre posibles represalias y efectos adversos en el comercio global.
Repasemos la historia, hoy es más importante que el fútbol: la Crisis de 1929, también conocida como la Gran Depresión, fue una de las crisis económicas más graves de la historia. Una de las causas principales fue, específicamente, la Guerra de Aranceles, que se inició con la aprobación de la Ley Smoot-Hawley en Estados Unidos en 1930. Esta ley estableció aranceles altos a las importaciones, lo que llevó a una cadena de represalias por parte de otros países. Trump y su gabinete económico no conocen la historia, y la repiten exponencialmente en un mundo globalizado e interdependiente.
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Por si la memoria lejana les falla, hay ejemplos más recientes: La Crisis de la Burbuja de las “Puntocom” provocó el colapso del mercado de valores en el año 2000, después de una serie de sobrevaloraciones de empresas de tecnología. Esto llevó a una recesión económica y a una guerra de aranceles entre los países. La historia se está repitiendo con el agravante de las inexistentes y sobrevaluadas criptomonedas, caldo de cultivo de un uso poco transparente del sistema monetario, eminentemente inflacionario.
Un caso real más cercano lo tuvimos durante la Crisis Financiera Global que se inició en 2007 con el fraude de las hipotecas subprime en Estados Unidos. La crisis se extendió rápidamente a otros países y llevó a una recesión económica global. Esto llevó a una guerra de aranceles y devaluaciones competitivas.
El propio Donald Trump provocó la Guerra Comercial entre Estados Unidos y China se inició en 2018, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, impuso aranceles a las importaciones chinas. China respondió con aranceles a las importaciones estadounidenses, lo que llevó a una guerra de aranceles y a un aumento de precios que, como siempre, pagó el consumidor.
DE LO MENOS A LO MÁS: Un ejemplo famoso de una guerra comercial sectorial es la “Guerra del Queso” entre Francia y Estados Unidos en 2003.
En ese año, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, impuso un arancel del 30% sobre las importaciones de acero de la Unión Europea, incluyendo Francia. La Unión Europea respondió con un arancel del 100% sobre las importaciones de quesos estadounidenses, como el queso cheddar y el queso mozzarella.
La “Guerra del Queso” se convirtió en un tema de broma en la prensa y en la política. Sin embargo, la guerra comercial tuvo consecuencias reales para los productores y para los consumidores de queso y acero en ambos lados del Atlántico.
Finalmente, en 2004, Estados Unidos y la Unión Europea llegaron a un acuerdo para resolver la disputa comercial. Estados Unidos eliminó los aranceles sobre el acero europeo, y la Unión Europea eliminó los aranceles sobre los quesos estadounidenses.
El tema central, ausente de la hitleriana cabeza del señor presidente, es que las crisis económicas y las guerras de aranceles están estrechamente relacionadas. Las crisis económicas pueden llevar a una guerra de aranceles -y viceversa-, ya que los países buscan proteger sus industrias y economías. Por otro lado, las guerras de aranceles pueden agravar las crisis económicas, reduciendo el comercio internacional y aumentando los costos.
La imposición de aranceles, y las medidas que “sin vuelta atrás” anunciará el próximo miércoles, vía “Decretos Ejecutivos”, el gobierno de Estados Unidos llevaría a la desaparición, en un plazo fatal de seis meses, del mal llamado Tratado de Libre Comercio (Acuerdo, para los que saben) y a una etapa recesiva de alto impacto.
El Banco de México estima que una guerra de aranceles podría reducir el crecimiento del PIB mexicano en un 1-2% anual durante los próximos años (5% el primer año). Esto, para que se enteren los populistas y mañaneros, significa mayor desempleo, mayor pobreza y, sobre todo, mayor violencia y delincuencia. Quizá mayores abrazos.
A todos los que quieren y aman el fútbol, a los asistentes a manifestaciones de “viva el que dijimos endenantes” y a los practicantes de politiquerías demagógicas, les recordamos que, en febrero de 2025, la administración Trump impuso aranceles del 25% a las importaciones de acero y aluminio, afectando a socios comerciales clave como Canadá, México y la Unión Europea. Posteriormente, en marzo, se anunció un arancel adicional del 25% a todos los vehículos importados, incluyendo aquellos provenientes de países aliados.
Esto ha generado incertidumbre y fundada preocupación sobre una posible recesión económica, especialmente en países con estrechos lazos comerciales con Estados Unidos como México. Muy tibiamente -debiera de ser CONTUNDENTEMENTE, pero no-, la administración de la presidente Sheinbaum ha señalado que imponer aranceles a México y Canadá viola el principio de libre comercio del T-MEC.
Si esta postura débil persiste y si las disputas comerciales escalan y no se resuelven vía los mecanismos del tratado, alguno de los países podría invocar cláusulas de revisión o salida (como el artículo 34.6 del T-MEC). Una retirada formal de EE. UU. dejaría en el limbo a millones de empleos interdependientes. Eso no se resuelve en el Zócalo, desde luego.
DE FONDO: Larry Summers, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, ha criticado las políticas comerciales del presidente Donald Trump, calificándolas de “autolesiones” para la economía estadounidense. “Esta es una herida autoinfligida a la economía estadounidense”. Además, señaló que los aranceles impuestos a países como Canadá, China y México provocarán un “shock de oferta”, con precios más altos y una disminución de la cantidad de bienes disponibles. Summers también advierte que estas medidas no lograrán concesiones políticas significativas y que el “bullying” económico no es una estrategia ganadora a largo plazo.
DE FORMA: La crisis del T-MEC ya es, o debiera ser, un caso de estudio y sobre todo de acción, acerca de cómo las decisiones políticas pueden desatar choques económicos regionales con efectos globales. La confianza en los tratados multilaterales se erosiona mientras que la Unión Europea y China aprovechan el rio revuelto para reforzar alianzas comerciales, por supuesto con un costo superior, igual a la distancia geográfica.
De confirmarse las posturas para el “Día de la Liberación”, es muy probable que, para octubre, EE. UU., México y Canadá, anfitriones del próximo Mundial de Futbol, habrán entrado oficialmente en recesión técnica. Las elecciones legislativas estadounidenses reflejarán la fractura política: algunos aplaudirán el proteccionismo y otros votarán por revertirlo.
DEFORME: El futuro del T-MEC es incierto. Lo que es claro es que su ruptura deja una lección: deshacer la integración económica es mucho más fácil que reconstruirla, y no debiera de ser decisión unipersonal, ¿dónde está la democracia?
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