Y Feliz llego el año 2023. Como franco deseo, quisiera que fuera de paz, salud y prosperidad, como dicen las hoy virtuales tarjetas de Navidad.
Humana y moralmente, es lo que quisiéramos para todo el mundo, que termine la violencia, que la economía se desarrolle -no solo que crezca-
y que tengamos empleo y una vida digna, en términos económicos, no políticos.
Cada año, las entidades financieras del mundo, desde luego las de cada país, muchas instituciones académicas y alguna que otra figura pública
-a veces sin la formación necesaria- hacen sus pronósticos sobre el comportamiento de la economía para el siguiente período de 12 meses. Todos, bueno, el 95%, no aciertan, con impecable regularidad.
Y no aciertan simple y sencillamente porque los llamados expertos se basan en modelos económicos, algunos de ellos galardonados hasta con el llamado Premio Nobel de Economía,
modelos que basan sus econométricas predicciones en que no haya alrededor de la variable predicha (en el nombre lleva la fama)
algo que la afecte y haga que se desvíe de la correcta observación matemática.
Si hablamos de actores políticos la cosa se pone peor, sin capacidad técnica, incluso sin escuchar a sus especialistas asesores, sueltan cifras a diestra y siniestra que solo sirven para ilusionar a un pueblo que no tiene los elementos para saber, a priori, que les están expresando deseos o conveniencias de tipo populista, bien para ganar votos o bien (mejor dicho, mal) para cubrir errores garrafales.
La pandemia, que no ha terminado, deprimió a la economía mundial en el 2020 y el 2021, la absurda guerra de Putin aceleró la recesión que la llamada “economía digital” ya apuntaba y provocó una inflación, sobre todo en productos alimenticios que, en la mayoría de los países, sobre todo en los que la miden con la fórmula correcta (no es el caso de México), alcanzó cifras de dos dígitos y en países como Venezuela, Nicaragua y Argentina (curiosamente con gobiernos denominados “populistas”) llegó a los tres guarismos.
El petróleo y su todavía poderosa influencia mundial, se convierte en el tercer factor que altera cualquier pronóstico, sus precios manipulados, nunca resultado de un mercado liberado, afectan el alza o provocan la caída de los precios, y sus variaciones se usan para justificar otro tipo de externalidades o de manejos inadecuados de las cifras macroeconómicas.
En el mundo empresarial, la llamada microeconomía, los efectos son similares, los precios al productor y al consumidor, así como las expectativas de (verdadero) bienestar se mueven al vaivén de las políticas públicas y generan desempleo, merma en el poder adquisitivo y, por si no se habían dado cuenta, menores aportaciones fiscales, que constituyen la bolsa de donde salen los recursos para los llamados “programas sociales” que se cubren, ya, con créditos caros, todos sabemos cómo han subido las tasas para tratar de contener la inflación frenando a la economía, o con la impresión de billetes (no llores por mí, Argentina) que, al no haber producción, solo se reflejan como incremento de precios y dolarización de las economías.
Por todo esto, querido lector, no podemos vislumbrar un feliz 2023, en el área económica. Europa ya vive un incipiente período de recesión/estanflación y Estados Unidos lo anuncia para el segundo trimestre del no tan feliz año en curso.
Si bien es cierto que el (tardío) manejo de las tasas de interés ha desacelerado la inflación en el vecino país del norte, lo ha logrado a costa de la reducción del consumo, el empleo ha resistido heroicamente. Aquí hay que considerar tres factores que benefician a las economías feliz desarrolladas, 1. Orientan su consumo, sustituyendo productos por equivalentes de menor precio; 2. Los productores se las han ingeniado para disminuir el contenido de las presentaciones y mantienen el precio, menos producto, mismo precio; además, inventaron el término “reduflación” para justificar la acción; y 3. El salario mínimo allá es de 7 a 9 dólares por hora. Un aumento de precios como el observado hasta ahora solo afecta marginalmente su poder adquisitivo y no nos hará feliz.
En México no sucede lo mismo, un aumento en las tasas de interés, el precio del dinero, que se refleja en precios al productor y al consumidor, afecta seriamente las expectativas de consumo. El salario mínimo es equivalente a menos de dos horas de salario en los Estados Unidos. Entonces sí hay que sacrificar consumo, aceptar salarios más bajos o recurrir a créditos que se tornan, muchas veces, en impagables. La economía se mueve con las remesas que sostienen a 10 millones de hogares mexicanos y las exportaciones que ha prohijado el Tratado de Libre Comercio. La economía informal crece en forma exponencial.
El Banco Mundial señala que, si se controlan petróleo, guerra y clima, tres asuntos bien difíciles, el mundo económico crecería 3% en este año. Obviamente se protege y señala que, si el caos continúa, se verá una estanflación semejante a la de la década de 1970-80.
Para México, organizaciones optimistas como la CEPAL, esperan un crecimiento del 0.9%, insuficiente aún para alcanzar el PIB de antes de la pandemia. Contra eso, los precriterios de la SHCP señalaron un optimista y ciertamente inalcanzable 3%. El presidente de la República incrementó esa cifra a 3.5% en base a sus estimaciones personales. Ninguna calificadora, institución u organismo nacional o internacional apuntan a más del 1%. La política emboba, la economía confunde.
Lo mismo podríamos decir de todas las variables (sobre) estimadas. Salvo el precio del dólar, en niveles relativamente bajos por los 5 mil millones de dólares de remesas que se reciben mensualmente y por los que generan las exportaciones en una balanza comercial positiva porque cada día se puede importar menos (sobre todo lo necesario como alimentos y semiconductores), no se espera un buen año económico esperanzador y, peor aún, el clima político lo enrarece más, por distorsión convenenciera.
Si tenemos la templanza para entender y asimilar este entorno, entonces sí, caro lector: ¡FELIZ 2023!
DE FONDO: Después de un año 2021 de recuperación, las bolsas del mundo tuvieron un desastroso 2022, el peor año desde la gran depresión. El Dow Jones perdió 9%. El Índice Standard and Poor´s 500 (las 500 empresas más importantes de USA), cayó el 20% y el NASDAQ, con todas sus empresas digitales (sin soporte físico) perdió el 33% de su valor. Las bolsas europeas cayeron en promedio el 12% y nuestra pequeña pero importante Bolsa Mexicana de Valores perdió el 9.03% de su valor. En total, el mundo bursátil y los inversionistas que lo componen, perdieron 14 billones de dólares, casi 12 veces el PIB de México. ¿Preludio de recesión?
DE FORMA: Sigue bajando el precio del petróleo, otro indicio de recesión. Como consecuencia, en todo el mundo bajan el precio de la gasolina y la inflación. En México no, la baja del combustible se compensa con un impuesto que pretende mantener un precio. Se presumió cuando se dejó de cobrar este impuesto (IEPS), para mantener el precio. Contrario a lo que se dice, no es subsidio, porque no forma parte del costo de producción, distribución y venta. Ahora se incrementa este impuesto ¡para subirle el precio a la gasolina!, que ya es más barata en los Estados Unidos, con los que se hacía la mañanera comparación hace apenas unos meses. Parece que ellos estaban bien.
DEFORME: Pese a las ofertas de fin de año, repuntó la inflación oficial en Diciembre, el más alto nivel en 32 años. Mal asesorado, el presidente anunció el principio del descenso de los precios altos, noviembre fue quimera del Feliz Buen Fin. La realidad la determinan otros factores, no los intereses políticos ni los sueños guajiros. En fin, no se cumplió una sola de las expectativas de la SHCP para 2022. Por eso es mejor 100% de lealtad, con 100% de CAPACIDAD.