Días de guardar: intolerancia y críticas; muchas veces quienes más piden tolerancia y hablan de diversidad resultan los más intolerantes.
La primera vez que recuerdo haber escuchado la frase “días de guardar”, tenía unos 10 años, fue de Mamá Julia. Ella era mi bisabuela, pero siempre todos le dijimos Mamá Julia. Desde que tuve uso de razón ella siempre fue anciana. Cabello canoso, piel morena arrugada, muy arrugada. Usaba una muleta que en ocasiones servía de arma para defenderse de las travesuras de sus bisnietos. Llegué a su casa en unas vacaciones, junto con mi primo Carlos Alberto que es un par de años más grande que yo. Una casa de madera vieja, con un color que quizá en algún tiempo fue verde y ahora estaba desgastada por el sol, el viento, los años. Una pequeña casa en un pequeño pueblo donde el abundante polvo cubría todo, a veces, hasta los sueños.
Después del ritual del besamanos a Mamá Julia, yo no paraba de insistirle a mi primo que fuéramos a “El canal”. Me refería a un canal de riego que usábamos como alberca y espacio de usos múltiples para juegos y competencias. En lo que yo le insistía a Carlos Alberto que fuéramos, Mamá Julia interrumpió con su voz fuerte, seca y grave: “No pueden ir, son días de guardar”.
En mi mente de niño, imaginé una habitación que Mamá Julia tenía al fondo de su casa. Donde guardaba de todo: cubetas de lámina oxidadas, trampas para ratón, escobas desgastadas, fierros viejos, muebles con placas tectónicas de polvo, ropas roídas, trastes apilados, y esas cosas que llaman cachivaches y tiliches. Verdaderamente creí que en esa pequeña habitación iba a guardar días. Pero no, ella se refería a la conmemoración religiosa de semana santa. En donde de jueves a domingo se celebran los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, y para Mamá Julia, debe de tenerse respeto y solemnidad.
Desde entonces, hasta ahora, he tenido la costumbre de vivir esos días lo más apegado a la norma religiosa. Y lo hago por convicción y con gusto.
Menciono todo esto, pues en un grupo de activistas me preguntaron si saldría de vacaciones en estos días, a lo que dije las palabras de Mamá Julia: “No, no saldré, pues para mí son días de guardar”.
Increíblemente, una de las personas presentes, que pertenece a un grupo cuyo estandarte es la pluralidad, diversidad, tolerancia y aceptación, me dijo textualmente: “No entiendo cómo puedes creer en esas fantasías de la religión. Son mentiras usadas para manipular a la gente, y todos quienes creen en eso son estúpidos. Yo por eso siempre trato de que la gente ya no crea en esas tonterías”.
Me asombra las críticas e intolerancia a quienes profesamos una fe, a quienes practicamos una religión, a quienes vivimos nuestras creencias espirituales. Creo en el respeto absoluto entre todos y todas. Tengo la firme convicción de que nadie debe juzgar las creencias y costumbres de las y los demás, y ésto, para todos los lados, ya sea hacia un colectivo que defiende derechos o hacia un grupo religioso que vive su fe.
Rescoldos.
Tener fe y vivir tus creencias no te hace ver como tonto, el criticar la fe y las creencias de los demás sí. Claro, puede haber excepciones, pues si la fe ciega es hacia un político, ahí, puede que sí.
Rafael Reyes Ruiz
@RafaActivista
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