En el laberinto de historias que tejen la lucha feminista, hay relatos que traspasan la piel y llegan al alma. Son historias marcadas por la ausencia, la muerte, el dolor y la rabia, pero también por la fuerza inquebrantable de quienes resisten y combaten un sistema que desaparece, que olvida, que convierte en números las vidas perdidas.
Esta semana, el rostro de la lucha se personificó en Ceci Flores, madre buscadora de tiempo completo y defensora de Derechos Humanos.
Con la pala en mano, símbolo de una búsqueda desesperada, se plantó frente al Palacio de Gobierno, exigiendo al presidente Andrés Manuel López Obrador que asuma su responsabilidad en la crisis de desapariciones:
“Esta pala nunca debió estar en mis manos, ni debió sentir los huesos romperse de los cuerpos que ha desenterrado. Tome el mando Presidente, hágase cargo de los desaparecidos”, reclamó ella.
En el país según cifras oficiales cada mes desaparecen alrededor de 625 personas, terminando en fosas clandestinas, dónde pareciera que una vez que llegan ahí al gobierno deja de importarles, y el dolor de quienes los buscan es solo parte de una estadística o peor aún no llegan a formar parte de ella.
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El 8M uno de los murales que más sentí fue el de las madres buscadoras con la frase “Camino día tras día sobre muertos con la esperanza de que alguno seas tú”, y es que la vida de las madres buscadoras se fue cuando sus hijas o hijos desaparecieron, se fueron con ellxs, porque tomaron una pala y empezaron a buscar.
No es difícil encontrar cada uno de los relatos de todas las madres buscadoras en México, lo que me parece desdeñable es tener un presidente que les cierre las puertas, que les dio la espalda, que tiene la desfachatez de decirles que dejen afuera su pala y que ya luego la recibe.
El peso de desenterrar los huesos de quienes fueron arrebatados de sus familias es uno que ninguna madre debería cargar.
Sin embargo, es el dolor de la búsqueda, la desesperación por encontrar a sus seres queridos lo que las impulsa a seguir adelante, a exigir justicia en un sistema que parece haberlas olvidado.
La indolencia del poder contrasta con la valentía de estas mujeres que persisten en su lucha, a pesar del abandono institucional y la indiferencia de la sociedad.
Las madres buscadoras no buscan venganza, ni siquiera buscan consuelo.
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Lo que buscan es justicia, verdad y el cierre digno de una herida que no cicatriza.
Es hora de que el Estado asuma su responsabilidad, de que escuche el clamor de estas mujeres valientes y les brinde el apoyo y la atención que merecen.
No podemos seguir permitiendo que el dolor y la indignación de las madres buscadoras se conviertan en una nota a pie de página en la historia de este país.
Detrás de cada historia de madre buscadora se esconde un universo de sufrimiento, de resistencia y de amor inquebrantable.
Nos leemos en la siguiente columna esperando que sus voces hagan eco para dejar de ser un país donde nadie tenga que llevar en sus manos la pala de la desesperanza.