A veces solo basta una botella de vino y una muy buena amiga con quien hablar del feminismo para darnos cuenta que a veces no basta con “ser feminista”.
Ya lo diría Flor Cipriano, quien vino a este mundo y tiene miedo de ser Funada, pues entonces que no nazca. Y como a mí me encanta poder tirar mi “carnet feminista” aquí estoy escribiendo, no sin antes agradecer a mi amiga Nata por escucharme en mis reflexiones y siempre beber vino conmigo.
Me gustaría decirles que muchas veces creemos que con ser feminista basta y no es cierto, ser feminista no te quita lo violenta, ni lo racista, ni lo clasista ni mucho menos es una especie de hada mágica que te convierte en “buena persona”, las feministas también violentan, también manipulan y también juegan a su conveniencia los discursos.
Quisiera decirles que en este camino todo será miel sobre hojuelas, pero no es cierto, hay disputas por espacios y por reflectores. Hay adopción de símbolos y declaraciones de apoyo que nunca llegan a la práctica pero sobre todo pareciera que hay un nulo interés de entender que para lograr un cambio real en la vida política y social. Debemos ir más allá y abordar las desigualdades sistémicas que atravesamos.
Las banderas arcoíris y los símbolos feministas se han vuelto cada vez más comunes en manifestaciones, redes sociales y espacios públicos. Si bien esta visibilidad es un paso adelante, es importante recordar que el feminismo no se trata solo de ondear una bandera, sino de abordar la desigualdad en todas sus formas. La opresión no se limita al género, debemos hacer frente al clasismo, racismo y otras formas de discriminación sistémica.
El feminismo fue, es y sigue siendo una poderosa herramienta de lucha por la igualdad de género. Sin embargo, si nos detenemos únicamente en la lucha de género, corremos el riesgo de pasar por alto otras desigualdades profundamente arraigadas en nuestra sociedad.
Para lograr un cambio significativo, debemos reconocer que la opresión no afecta a las personas de manera aislada, sino que se entrelaza con otras formas de discriminación.
Las desigualdades económicas son una realidad innegable en nuestras sociedades, y afectan de manera desproporcionada a las mujeres, especialmente a aquellas de comunidades marginadas. No podemos hablar de igualdad de género sin abordar la brecha salarial. El acceso limitado a oportunidades educativas y laborales, y la falta de apoyo para las mujeres en situaciones de pobreza o vulnerabilidad.
El feminismo debe ser inclusivo y abrazar la diversidad racial y étnica, escuchando y dando espacio a las voces de las mujeres racializadas. La igualdad de género no puede alcanzarse si no abordamos esta discriminación y sus efectos perjudiciales en la vida de las mujeres.
Además, es crucial reconocer las luchas y las experiencias de las personas LGBTIQ+en su totalidad. Ser aliado y apoyar a la comunidad va más allá de colocarse una bandera arcoíris. Implica trabajar activamente para erradicar la discriminación y la violencia que enfrentan las personas.
Ser feminista implica mucho más que decirlo o utilizar un hashtag en redes sociales. La lucha debe ser inclusiva y abarcar a todas las mujeres, sin importar su raza, clase social u orientación sexual. Solo al reconocer y enfrentar estas realidades, podremos avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa para todas.
Necesitamos un feminismo que hable de desigualdad, de clasismo, de racismo y de todas las formas de discriminación sistémica. Solo así, como dirian las compas zapatistas, estaremos más cerca de construir un mundo donde otros mundos sean posibles. Donde todas las personas serán libres y respetadas, sin importar su género, raza, clase social u orientación sexual.
Reconozcamos que ser feminista no basta, y que la atenta escucha es importante en todos los espacios, y bueno en mi caso si viene con vino ¡siempre es mejor!
Nos leemos en la siguiente columna.