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Posted inEl Cuarto Propio

Migrar no es un delito, pero un infierno ¡sí!

Los cuerpos permanecieron varias horas apilados en bolsas en las inmediaciones del INM de Ciudad Juárez
Los cuerpos permanecieron varias horas apilados en bolsas en las inmediaciones del INM de Ciudad Juárez

Desde hace algunos años que la Comunidad Jesuita me ha permitido acercarme a la migración en México. Las cosas no distan mucho de lo que se vive actualmente, pareciera que migrar es un delito, y no lo es. Sin embargo es el infierno mismo para quienes han decidido emprender la travesía del “sueño americano”.

Antes de iniciar esta columna quiero agradecer a Sara Salazar, amiga de la maestría que durante  años me enseñó mucho sobre migración y hospitalidad. Escucharla hablar de los proyectos que se hacen me ayudó a ver la migración desde otros ojos, a Guillermo Yrizar y a Pablo Castro por el acompañamiento en este camino sobre personas en movilidad.

El infierno no solo se volvió una metáfora de la migración, sino que literalmente este martes 28 de marzo al menos 40 personas fallecieron en un incendio en un centro de migrantes de Ciudad Juárez, en la frontera norte, y como lo documentaría Flaviano Bianchini, periodista italiano: “Si conoces a México, lo amas y lo odias. No es que ames u odies a México, si lo conoces lo amas y lo odias.”

Y es que como odiar a un país que tiene cien mil desaparecidos en diez años. Gente muerta colgando bajo los puentes, mujeres violadas y asesinadas, explotación y corrupción. Ineptitud por parte de un Estado que deja morir a las poblaciones más vulnerables. Y del otro lado hay un hombre dispuesto a compartir su comida con los migrantes; corriendo el riesgo de que lo lleven a la cárcel. Por un lado la brutalidad extrema, y por el otro los gestos más bellos.

El relato de lo que se vive en la bestia está en las palabras de mis migrantes con los que he convivido. Un México que es reflejo de la situación global, pero exasperado. Porque en México todo es exasperado. Son exasperados los gestos de violencia y son exasperados los gestos de fraternidad.

No hay forma de no sentir rabia, coraje y llanto por el crimen de Estado cometido este martes hacia los migrantes. Un Estado incapaz de garantizarles una vida digna, capaz de preferir encerrarles por miedo a que se “escapen” que liberarles. Como si para ese Estado la vida de lxs migrantes no valiera ni un centavo.

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Y en realidad su vida vale menos que la de un plátano, porque como Bianchini lo dijera en su libro: El camino de la bestia: “Si robas seres humanos nadie te dirá nada”, y los compara con un cargamento de plátanos, “cuando se envían bananas hacia al norte en un tren de carga, alguien se queda con un papel que dice cuántos kilos son y cuándo se mandaron. Y si no llegan a destino, ese alguien los reclama”, pero la vida de un migrante nunca es reclamada, así que, “una banana o un mango vale más que tú”.

Vergüenza debería de darle al Estado haber tratado a las personas peores que animales, porque los albergues donde viven, no son albergues, son cárceles en donde se les obliga a estar y a detener su paso, deberíamos entender que muchas veces migrar no tiene retorno, ni mucho menos destino final.

Que los migrantes tienen derechos y exigirlos, no debería ser una “excusa” para morir, y hoy más que nunca nos queda claro que las Estancias Provisionales y Estaciones Migratorias, no son albergues, son centros de detención donde se violan los derechos humanos de las personas en movilidad y éstas estaciones NO DEBERÍAN EXISTIR.

Hoy quedémonos con la canción de Jorge Drexler como bandera: “Somos una especie en viaje (…) Estamos vivos porque estamos en movimiento. Nunca estamos quietos, somos trashumantes. Somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes. Yo no soy de aquí, pero tú tampoco (…)” 

Así que si en tu camino un día topas con un migrante, recuerda que la migración es como esos lugares en los que la vida está palpitante y al borde, todo el tiempo con ganas de reventar, que no hay en quién confiar, pero puedes ser quien tienda la mano. Porque migrar es un derecho y  las fronteras no deberían detenernos.

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