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Lo que no se dice, no se puede sanar.

Lo que no se dice, no se puede sanar.

Lo que no se dice, no se puede sanar.

Quizás hoy sea una de mis columnas más sinceras o al menos en donde más corazón, dolor, amor y tristeza pongo, entrego mi proyecto final para convertirme en tanatología y mientras escribo esto también pienso en las muchas cosas pendientes que debo hacer, en el fin de año que ya se acerca. Lo que no se dice, no se puede sanar.

Pienso en la cantidad de llanto que me tomó llegar hasta aquí y sobre todo que de vez en cuando y aunque hayan pasado ya dos años de la muerte de mi hermano aún me descubro soltando una lágrima de vez en cuando.

Nombrarlo sana, porque como dijera Jacques Lacan, la palabra mata la cosa, esa cosa que es imposible de nombrar, de representar, de desahogar.

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A través de la expresión de la palabra, ya sea con otro que la recibe, o en algo sobre la que se plasma, el peso del sentir se descarga. Entre el evento (trauma) y sanar se encuentra la palabra y eso es lo maravillo.

La palabra cómo método de reflexión, aceptación y madurez, es tan necesaria en todos los procesos, pero sobre todo en los procesos individuales para comprendernos y comprender, para poder entablar reflexiones y diálogos con el mundo, diálogos tan vitales como la muerte misma, por eso cada que lloro escribo y cada que escribo me lleno.

Escribir es parte de sanar y de construir. Construir desde algún punto, el dolor, la risa, la tristeza o la alegría pero al fin construir.

Y eso sólo se consigue cuando se nombra y se escribe, porque escribir es un medio para comunicarnos, para decir aquello que pensamos, aquello que nos aqueja, aquello que sentimos en ese momento y podemos en otro tiempo volver a reflexionar.

Por eso hoy quiero decirles que todos esos procesos de sanación se dan solamente atravesando los sentimientos, hablando para construir los significados, nos sirve para el aprendizaje del mundo, de la gente, de la vida misma, sirve para sanar el alma.

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Las narrativas personales son historias sobre una misma que nos vemos a sí misma como el fenómeno, y aprendemos a sanar, por eso hoy mi columna va de volver a retomar esas charlas que hemos perdido, con nosotros mismos, con los mejores amigos y con la familia, porque atravesar los procesos dolorosos sanan mejor cuando se nombran.

La profundidad de sanar está en recordar que no importa qué tanto lo limpies o trabajes, de vez en cuando encontrarás un destellito y este te hará recordar la ausencia.

En nuestra vida es así, habrá momentos, detalles que te harán recordar a quien ya no está, y está bien.

El duelo, siempre está de alguna manera, pero aprendemos a vivir con él, creciendo a través de él.

Nos leemos la siguiente semana, esperando que hayan podido nombrar eso que desean sanar.

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