Ícono del sitio Apartado MEX

La caja de Pandora

caja de pandora
caja de pandora

Quiero que sepas que esta columna la he escrito y re-escrito varias veces, porque en todas ellas sentido miedo, ansiedad, rabia, vergüenza,

abrieron la caja de Pandora y no era el momento.

Empezaré diciéndoles que soy sobreviviente de violencia y aún no estaba lista para contarlo;

pero abrieron la caja de Pandora y ahora estoy aquí escribiendo mi columna.

Aunque agradezco mucho a todas esas personas que me acompañaron en la etapa más oscura de mi vida,

todavía no era mi tiempo de contar la historia completa de lo que viví ese día que me arrastraron por una cochera y me dejaron con marcas de violencia;

no era tiempo de que yo lo contara, ni de quienes ahora están en mi presente se enteraran.

La vida es compleja porque, aunque muchas personas saben que soy sobreviviente de violencia,

nunca nadie de mis personas había escuchado la historia de viva voz de alguien que me acompañó y cuido en esos días obscuros;

sin embargo, vuelvo a repetirlo, no era mi tiempo, ni siquiera se sí en realidad quería contarlo.

Cuando el relato comenzó yo no podía más que hacerme chiquita en la silla en la que estaba sentada, sentí mucha humillación e indignación…

porque la historia que se contaba era la mía, con detalles,

sin miramientos, sin empatía, con miradas juzgadoras del “por qué no denunciaste o hiciste algo”,

aunque ya hayan pasado varios años,

sigue cayendo sobre mí la pregunta “por qué” que nunca he querido contestar o mejor dicho nunca he podido contestar.

Hace unos días volví a sentir ese efecto de cuerpo paralizado,

la misma parálisis del día que el hombre al que amé arrastro de mí y marco mi cuerpo;

volvió a hacerse presente cuando escuche mi historia en otra voz que no era la mía.

No, aún no estoy lista para señalar, ni para denunciar, porque ni si quiera sé si es lo que quiero. Sin embargo, para sanar no lo necesité,

aunque no lo crean, denunciar no era mi sanación, pero escuchar mi historia,

la que estaba en la caja guardada en voz de alguien más, eso sí me paralizo.

Así que escribo porque la rabia de saberles poco empáticos,

me hace pensar que no soy la única a la que la han obligado a contar su historia por un desliz de alguien que te acompaño y olvido que la historia de violencia solo corresponde ser contada por la sobreviviente.

Cuando acompañas a las sobrevivientes de violencia en su proceso debes recordar que es suyo y que ellas son las que tienen que estar listas para contarlo,

que muchas veces prefieren no dar detalles porque ahora se sienten sanadas y amadas por otras personas

y tienen miedo a ser juzgadas por no “haber hecho nada”, tal como la sociedad se los hizo creer.

Hasta acá una de las cosas que más sentí en el momento de que la caja de Pandora se abrió, fue el miedo de ser juzgada y aunque sé que mi marido, Antonio, no lo hizo, el sentimiento sí recorrió mi piel.

Por momentos, creí que iba a soltarme a llorar frente a todos en un ataque de ansiedad, estaba en shock, pero la mano tibia de él me regreso al momento del relato.

Muchos hemos juzgado y señalado a mujeres que siguen con sus parejas, muchos han cuestionado porque esas mujeres son “calladas, tímidas o dejadas”;

muchos han imposibilitado que se tengan procesos sanadores sin dedos que nos señalan por no dejar al agresor.

Hoy creo que la Caja de Pandora no tuvo que abrirse en ese momento, porque la historia solo le correspondía a mi voz, pero ya que se abrió,

sirva para entender que quienes acompañamos en procesos de violencia solo somos eso, acompañantes que van caminando al ritmo de ellas,

aunque hayan pasado años aún duele y que no quieren hablar de ello, porque la historia siempre fue y será nuestra y debe respetarse el momento en el que queremos o podemos hablar.

Las sobrevivientes no le debemos nada a nadie, pero sí requerimos empatía. Empatía para que antes de mencionar nuestra historia se nos pregunte si queremos abrir la caja o no;

si estamos listas o no, y si esa historia de violencia la saben quiénes ahora están con nosotros; porque hubiera preferido que fuera mi voz (cuando estuviera lista) la que contará lo que ese día viví y lo mucho que dolieron los golpes y no otra que ni siquiera lo vivió.

Después de la caja abierta, te digo que si has acompañado: sigas en ese proceso de forma muy empática y respetuosa, pregunta, no asumas. Si eres quien escucha la historia: no preguntes, solo escucha con empatía y acompaña.

Y si eres la sobreviviente: nunca fue tu culpa, sigue en tu proceso y hablarás cuando estés lista, que nadie tome tu voz, que nadie abra tu caja y si la abre,

que el miedo, la vergüenza y la rabia no logre paralizarte; pero sobre todo te deseo seres amorosos en tu presente que te abracen aun sabiendo tus heridas.

Nos leemos en la próxima columna.

Salir de la versión móvil