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Desde la trinchera del privilegio

Es muy difícil hablar de privilegio cuando lo tienes

Es muy difícil hablar de privilegio cuando lo tienes

Que daño nos han hecho cuando nos dicen que debemos ser empáticos y ayudar a las otras personas. Pero se les olvida decirnos que debemos reflexionar sobre cuál es la trinchera del privilegio en el que estamos paradas las personas.

Todas las personas tenemos el poder de reconocer en dónde están nuestros privilegios, y lo importante de todo esto es comprender que no podemos renunciar voluntariamente al privilegio. Podemos ser conscientes del privilegio propio y algunas veces (que no muchas), usar el privilegio para denunciar injusticias o actos que dan lugar a nuestros privilegios.

Sin embargo, una no puede decidir por muy deconstruida que esté, que ya no tiene los privilegios que tiene. Porque sería creer que vivimos en un mundo rosa que no existe, muchas de las personas que hacemos activismo o “ayudamos” a la sociedad, no hemos reflexionado sobre todo esto que tenemos y que no estamos viendo.

Un ejemplo claro es cuando hablamos de pobreza, creemos que la educación es la base que conseguirá movilidad social. Ponemos tanto empeño en que la educación sea para esas clases sociales, que se nos olvida que quienes tiene el privilegio de la educación también debemos educarnos sobre las desigualdades sociales. Debemos dejar de creer de manera asistencialista en el “ayudemos a los demás”.

Es muy difícil hablar de privilegios cuando los tienes, porque no es tu culpa tenerlos. Pero si lo que haces con ellos, hablar desde esos mismos es reconocer que debemos un silencio enorme para escuchar otras voces. Porque nadie necesita la nuestra, ni tampoco nuestra ayuda, porque esa falsa idea de los salvadores, solo cae un pensamiento colonizador que ha hecho mucho daño durante siglos y siglos de desigualdades.

“Lo que hace tu mano izquierda, que nunca lo vea la derecha”, decía mi abuela. Jamás entendía porqué, creo que ayudar desde la compasión y el asistencialismo solo hace querer tener un ferviente deseo de ser vista por la gente. Por ejemplo: Saskia Niño de Rivera, es esa persona que sabe mucho sobre temas de trata, pero olvidó que usó sus privilegios para entrar a la prisión. Usó su trinchera del privilegio por esa necesidad de verse reconocida.

El privilegio también se encuentra en las luchas, en las denuncias, en los acompañamientos. Quisiéramos que todas las personas entendieran desde lo que no nos falta. En el feminismo me he topado con privilegios de mujeres que toman espacios y hacen “suyas”, las luchas, vivencias y desiguladades de otras. Usamos términos como “pornovenganza” y “sicariato digital” para explicarle a otras sus violencias, muy alejadas de la realidad que ellas viven y muy lejos del privilegio en el que nos encontramos. 

Reconocer el privilegio es darme cuenta que alguien más necesita más tiempo, más recursos, más esfuerzo. Más de todo para alcanzar lo que yo gozo y vivo. Reconocer mi privilegio me ha costado, pero no lo escribo para compadecerme. Lo hago para afirmar nuevamente que nadie puede renunciar a sus privilegios como se renuncia a otras cosas.

Reflexionar sobre mis privilegios ha traído grandes aprendizajes, algunos abrazados de dolencias y golpes de identidad. Otros aprendizajes suavecitos y amorosos que me ayudan a no “regarla” tanto con las personas que conozco en los diferentes espacios en los que me desenvuelvo.

Los privilegios no son un constructo abstracto y subjetivo, son situaciones y hechos sociales. Roxane Gay dice que: El privilegio es un derecho o una inmunidad concedida como beneficio, ventaja o favor especial.

Uno de los grandes beneficios que he encontrado de visibilizar mis privilegios es saber cuando callarme (aunque veces todavía me falla). Así como los varones no tienen nada que hacer hablando de nuestras opresiones, yo no tengo nada que hacer hablando de opresión indígena. Tampoco de gordofobia, de mujeres trans… de trabajadoras sexuales. Sencillamente porque no son temas que me hayan oprimido, mi papel es leer, observar y callar.

Los privilegios pueden ser cegueras que nos nublan el entendimiento de la otra persona si lo permitimos. No hace falta que pidamos perdón por tenerlos, pero sí que dejemos de querer explicar las realidades de las otras cuando no las entendemos realmente. 

Así que desde la trinchera de mi privilegio, les escribo esperando que las personas callemos más, escuchemos el doble y dejemos el papel de salvadoras.

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