Carlos Ochoa Delgado, apodado ‘Camilo’, lleva un peso que lo distingue en la familia que creó El Pollo Loco: pasó de ser un heredero de la famosa cadena de restaurantes a traficante del Cártel de Sinaloa.
¿Quién es Carlos Ochoa Delgado, “Camilo”? El heredero del Pollo Loco vinculado al Cártel de Sinaloa
Nacido en Sinaloa en marzo de 1982, este hombre de 43 años creció en medio de la bonanza de un negocio que revolucionó el pollo asado. Hoy, tras siete años en prisión, asegura que el crimen ya no forma parte de su vida. En una charla con Univision Noticias, revela cómo dejó atrás un legado de éxito por un camino oscuro.
Su infancia transcurrió entre lujos. Hijo de Jaime Ochoa y sobrino de Juan Francisco ‘Pancho’ Ochoa, fundador de la cadena en 1975 en Guasave, Sinaloa, Carlos recuerda una vida de viajes, colegios caros y ropa fina. Pancho arrancó el negocio con una receta familiar que mezclaba especias y cítricos, mientras Jaime, su padre, se sumó en 1976 al abrir la segunda sucursal en San Luis Potosí. Para los ochenta, la familia ya manejaba 85 locales en México y cruzaba fronteras con una sucursal en Los Ángeles, en la calle Alvarado, donde las filas de clientes no paraban.
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Desde los ocho años, Carlos se metía a las oficinas de su padre. Cobraba en la caja, cortaba pollos y aprendía a marinarlos con ese sabor que conquistó a miles. En la adolescencia tuvo su primer puesto formal, pero su cheque debut fue de apenas 300 pesos.
Su padre le descontó los platillos que comió y el uniforme, una lección dura para que entendiera el valor del trabajo. Jaime, un visionario que llevó la cadena a otro nivel, dejó Pollo Loco en los noventa para fundar otras empresas antes de fallecer hace meses. Sus herederos aún las manejan.
Carlos Ochoa fue víctima de secuestro
Todo cambió para Carlos en 2004. A los 22 años, administraba los negocios familiares en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Una noche, tras volver de una fiesta, hombres armados irrumpieron en su casa. Vestían uniformes policiales y gritaron: “Somos Los Zetas, ya te llevó la chingada”. Lo esposaron, lo torturaron y lo retuvieron siete días. Su padre negoció y pagó un rescate para liberarlo. El trauma lo marcó profundamente.
“El primer día me golpearon para meterle miedo a mi papá. Siempre creí que no saldría vivo”, cuenta.
“Quería meterme a lo chuecho”, aseguró.
Un año después, Carlos buscó refugio en Guasave junto a su esposa e hijos. Intentó sanar las heridas físicas y emocionales. Luego abrió una sucursal de Pollo Loco en Ciudad Obregón, Sonora, y el negocio prosperó. Pero algo en él ya no encajaba. “Me iba bien, pero quería meterme a lo chueco”, admite.
Vendió el restaurante a un hermano y se fue a Guadalajara. En 2014, dio el salto al Cártel de Sinaloa. “No fue por hambre, fue por adrenalina tras el secuestro”, explica. Escaló en el cártel hasta que lo arrestaron. Pasó siete años en una cárcel mexicana y salió con una promesa: dejar el crimen atrás.
La cadena, que nació de la visión de los Ochoa, mantiene su prestigio a pesar de los ataques de los que han sido víctimas en los últimos días. Carlos, la oveja negra, dice que aprendió su lección, pero su historia sacude el legado familiar.
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