DESMENUZANDO AL NEOLIBERALISMO: Está de moda, sobre todo en círculos, cada vez más amplios, populistas o autodenominados “de izquierda”, utilizar el adjetivo “neoliberal” para denostar o tratar de agredir a todo aquel que, como dijo el anterior presidente de México “si no está con él, está contra él”. Regularmente, como en muchos otros casos, no se dan argumentos sobre por qué es o fue malo ser “neoliberal”, aunque muchos de sus más fervientes detractores (neo detractores) se generaron justamente en el seno de lo que ahora critican, ni entonces, ni ahora, han estudiado el interior del concepto y, parodiando al personaje biblico, “no saben lo que dicen”, hablemos del capitalismo de amigos.
Lo curioso es que la casi totalidad de los que se dicen antineoliberales, se autocalifican como liberales a ultranza. Lo contrario de “liberal” es “conservador” y ese es otro adjetivo (des)calificativo, aunque ignoran que una de sus “transformaciones”, concretamente la independencia, fue una de las luchas más conservadoras de la historia, tan es así que culminó con la construcción de un imperio, aunque hoy soslayen la presencia del Iturbide consumador.
Bueno, a todos los agresivos enemigos del “neoliberalismo”, les informamos que justamente lo que atacan es lo que los autodefine. El liberalismo clásico defiende la libertad individual, la propiedad privada y los mercados libres con mínima intervención estatal, el neoliberalismo, estimados lectores, también se basa en la privatización, desregulación y apertura económica. Ambos buscan reducir el papel del Estado en la economía y fomentar la competencia como mecanismo de eficiencia. Claro que los liberales “anticonservadores” hacen todo lo contrario, el Estado debe de controlar la economía y al final, dirían Chávez, Maduro, Ortega y compañía, “el Estado soy Yo” (podemos agregar a Putin y a Trump).
El neoliberalismo puede verse como una actualización del liberalismo clásico a las circunstancias de los siglos XX y XXI, con un enfoque en la globalización y el capital financiero. Políticas neoliberales como el Consenso de Washington o la desregulación de mercados reflejan los principios liberales de libre comercio y meritocracia.
Entonces, ¿por qué está de moda adjetivizar al “neoliberalismo”? La primera razón es porque, como la mayoría de las doctrinas económicas, incluyendo al marxismo, los demagogos no conocen su esencia, su evolución y sus fundamentos. Pregunte usted a su diputado favorito -antes neoliberal y hoy populista- sobre el tema y verá que Cantinflas y Tres Patines se quedan cortos ante la respuesta sin fondo, sin contenido.
Muchos críticos del neoliberalismo señalan problemas como la desigualdad, la captura corporativa del Estado y las crisis financieras, solo que estos problemas no surgen necesariamente del mercado libre en sí, sino de la corrupción, el clientelismo o la mala implementación de reformas. La corrupción no es exclusiva del neoliberalismo; existe en modelos estatistas y en economías mixtas.
NO ES LA DOCTRINA, SON LOS LÍDERES Y SUS CUATES: Entonces el CAPITALISMO DE AMIGOS (¿les suena cercano?), el verdadero problema, no es exclusivo del neoliberalismo, se da en cualquier esquema económico, ya sea en un sistema de mercado libre, un modelo estatista o incluso en economías socialistas.
¿Lo dudan?. Aquí les van algunos casos concretos:
En economías liberales, incluyendo las llamadas neoliberales, muchas empresas reciben contratos sin licitación o rescates financieros por parte del gobierno, favoreciendo a grandes corporaciones mientras se deja que las pequeñas quiebren. Los rescates bancarios en la crisis financiera de 2008, donde grandes bancos fueron salvados con dinero público mientras la gente común perdía sus casas. Esta fue una decisión “de cuates”, no fue una norma liberal.
Ah, pero ocurre que el fenómeno del cuatachismo también se da en economías proteccionistas: El gobierno impone aranceles y barreras de entrada para proteger a ciertas empresas nacionales, no por eficiencia, sino por conexiones políticas. Empresas estatales ineficientes (PEMEX, CFE, LITIOMEX, TREN MAYA, INSABIN) reciben subsidios millonarios mientras la competencia privada es asfixiada con regulaciones o simplemente excluída.
Y aún en modelos socialistas o comunistas se crean élites burocráticas que manejan recursos y privilegios, distribuyéndolos entre sus allegados en lugar de seguir principios de equidad. ¿No lo creen?, en la Unión Soviética, los altos funcionarios del partido comunista tenían acceso a bienes y servicios exclusivos mientras la población común enfrentaba escasez. Lo mismo ocurre ahora en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Corea del Norte y China.
El capitalismo de amigos y familiares, desde luego, la verdadera lacra, no es una consecuencia del neoliberalismo, sino de la corrupción y del uso del poder político para beneficiar a unos pocos. Puede existir en cualquier sistema económico donde haya actores con influencia capaces de manipular las reglas del juego en su favor.
Entonces, si se define al neoliberalismo como la aplicación radical de principios liberales, podemos ver que es la máxima expresión del liberalismo. Sin embargo, la principal crítica no es al mercado en sí, sino a cómo ciertos actores han manipulado o inventado reglas en su beneficio, algo que puede ocurrir en cualquier sistema. La corrupción, entonces, es un problema de gobernanza, no una característica intrínseca del liberalismo o del neoliberalismo.
El capitalismo de amigos (“crony capitalism”) es un sistema en el que el éxito económico no depende de la libre competencia, sino de conexiones políticas, corrupción y favores gubernamentales. En este modelo, el Estado interviene para beneficiar a ciertos empresarios o sectores a través de subsidios, contratos privilegiados o regulaciones diseñadas para limitar la competencia y favorecer monopolios.
Mientras que el neoliberalismo busca la competencia y la mínima intervención estatal en la economía, el capitalismo de amigos depende de una relación simbiótica entre el gobierno y las empresas o familias privilegiadas. En el neoliberalismo ideal, el Estado actúa para garantizar un marco legal sólido, mientras que en el capitalismo de amigos, el Estado se convierte en un actor que otorga ventajas injustas a ciertos grupos.
En un mercado verdaderamente libre, las empresas deben competir en función de la calidad de sus productos y eficiencia en la producción. En el capitalismo de amigos, los beneficios no se obtienen por la innovación o eficiencia, sino por relaciones personales y favores gubernamentales. Esto impide la entrada de nuevos competidores y crea oligopolios que distorsionan la dinámica económica.
El capitalismo de amigos es la máxima expresión de la corrupción porque el éxito de las empresas depende de sobornos, tráfico de influencias y favores gubernamentales. En contraste, en una economía de mercado genuinamente liberal, o neoliberal, la corrupción es una anomalía, ya que las empresas deben ganar su posición en el mercado a través de la competencia y la eficiencia.
DE FONDO: Casos como Rusia tras la caída de la Unión Soviética, donde los oligarcas adquirieron empresas estatales a precios irrisorios, o ciertas concesiones en América Latina, donde monopolios privados han mantenido privilegios estatales, son ejemplos de capitalismo de amigos, no de neoliberalismo. Estas prácticas han generado un desprestigio del libre mercado, cuando en realidad no operaban bajo sus principios, de hecho, siguen operando tras el llamado derrumbe neoliberal.
DE FORMA: La única forma de evitar que el neoliberalismo se convierta en una excusa para el capitalismo de amigos es fortalecer, no destruir, a las instituciones que regulan el mercado y garantizan la competencia leal. Un marco legal claro, transparencia en las licitaciones y una justicia independiente pueden marcar la diferencia entre una economía de mercado saludable y un sistema donde el poder político decide quién prospera económicamente, mientras empobrece a la mayoría de la población, ¿o no señor Maduro?
DEFORME: Si el amable lector recuerda, desde hace más de seis meses señalamos que el crecimiento económico del país, para 2025, sería negativo. En la euforia populista de un sexenio que terminaba económicamente mal y uno que iniciaba económicamente peor, se lanzaron “pronósticos” (sin sustento metodológico) de crecimientos alegres de más del 3%. Esta semana, el Banco de México, tras apenas dos meses de este año de (des)gracia, reduce su proyección a tan solo 0.6% (y seguirá a la baja).
Simultáneamente, indicadores como la demanda del consumidor, sus expectativas (la posibilidad de adquir un bien como un refrigerador o una casa) también van a la baja. La deuda pública crece y usted compra cada vez menos y a mayores precios en el súper. ¿Vamos bien o nos distraemos con los dislates de Mr. Trump y las ambiguas y contradictorias respuestas de un gobierno titubeante? Usted tiene la palabra…