Decía Napoleón Bonaparte que “el mundo sufre mucho, no solo a causa de la violencia de las personas malas, sino también por el silencio de la gente buena”.
El silencio es cómplice de los que usan el poder, o el privilegio para su beneficio.
El silencio es partícipe de las injusticias.
Y el silencio es secuaz de la violencia.
¿Cómo deberíamos llamar, por ejemplo, a las mujeres que callan frente a los abusos en contra de otras?
Ayer fue 25 de noviembre de 2024, el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer y aunque hemos dado pasos agigantados, a veces se siente como que no hemos avanzado algo.
¿Qué es lo que más nos duele en un día como este a las mujeres?
¿Que no cese la violencia en contra de nosotras?
¡Claro!
¿Que nos acosen y no se nos respete?
¡Por supuesto!
¡Sin duda!
¿Los feminicidios?
¡Indudablemente!
¿Pero saben qué duele más?
Que haya mujeres que callan cuando saben de casos que involucran el sufrimiento de otra mujer.
Ese silencio de las mujeres buenas ante la violencia de los malos hiere el doble doble.
La presencia de mujeres en grupos o equipos de trabajo en los que se normaliza el maltrato, valida sus prácticas, aunque no sean partícipes de estos.
Y no los señalan por una sencilla razón, por no perder los espacios. Pero llegar a un espacio y no poder incidir es como no llegar.
Entonces el noble intento de hacer algo por el género, termina en segundo plano y se convierte en la decisión de ocupar un espacio por interes personal.
Se acabó la causa.
Y entonces, ¿cómo se les llama?
No me atrevo a calificarlas, pero verlas y saberlas como parte de esos equipos que perpetúan estereotipos machitas, sí que se sufre en el mundo de las mujeres.
¡Qué razón tenía Bonaparte…!
“El mundo sufre mucho, no solo a causa de la violencia de las personas malas, sino también por el silencio de la gente buena”.
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