Tendría 6 años cuando tuve mi primera Barbie, con la cual viví momentos magníficos de mi infancia pero al mismo tiempo siempre me reforzó la idea de que rubia y delgada era el estándar de belleza que tenía que alcanzar, porque para 1989 era poco probable que en mi casa se hablara sobre estereotipos y perspectiva de género.
La icónica muñeca no representaba más que la perfección que nunca pude alcanzar porque era imposible. Pero sí confieso que el estreno de su película de la que todo mundo habla me tiene emocionada… Mi niña de hace 34 años está siendo abrazada.
Es importante contextualizar el origen de Barbie y reconocer los estereotipos de género que ha perpetuado. Históricamente ha sufrido fuertes críticas por promover estándares irreales de belleza y centrarse en la apariencia física.
Sin embargo, es fundamental reconocer que Barbie también ha sido una fuente de inspiración para muchas niñas al representar una amplia gama de profesiones y roles en la sociedad. Desde astronauta hasta científica, desde abogada hasta ingeniera, Barbie ha demostrado a las niñas que pueden soñar en grande y perseguir cualquier carrera que deseen, trascendiendo los estereotipos de género tradicionales.
A medida que nos adentramos en una nueva era, resulta interesante observar cómo los íconos culturales se adaptan y evolucionan para reflejar estos cambios. Un ejemplo notable de es la próxima película de Barbie, dirigida por la talentosa Greta Gerwig, que aclaremos NO ES FEMINISTA, pero sí es un potente disruptor, donde lo importante es aterrizar a la vida real y cotidiana a Barbie.
Pero mientras me emocionaba y pensaba en rosa, me preguntaba si en realidad todas las niñas podíamos ser lo que queremos. Si en este mundo en donde Barbie tiene más de 200 profesiones y se ha vuelto incluyente, también existe una Barbie migrante. Porque mientras escribo esta columna la sociedad nos escupe en la cara que no todas las niñas pueden soñar en rosa. Que no todas son lo que quieren ser.
En otra columna, Migrar no es un delito, pero un infierno ¡sí!, hablábamos sobre lo terrible que es la migración. Pero el corazón no puede más que quebrarse cuando leí la nota de una niña migrante a la que le arrebataron todo. A la que le destrozaron la vida. Una niña de ocho años encontrada por autoridades en la frontera. Fue víctima de abusos por parte de 67 hombres mientras intentaba cruzar junto a sus padres y otros compañeros de viaje en busca de un mejor futuro en Estados Unidos. Cabe resaltar que el caso sucedió en abril, sin embargo no sólo es el hecho vil que se perpetuó, sino la respuesta de algunas personas en las redes sociales.
“En vez de mostrar empatía y condenar firmemente esta violación, algunos comentarios muestran una alarmante falta de sensibilidad”. Es lo que afirma Vicente Molina en su hilo rojo sobre los comentarios que están en las publicaciones.
Lo lamentable del caso es que esto no me parece alejado de la realidad de los casos que leo y comparto todos los días. Hombres “normales” siendo depredadores de niñas y mujeres, normalizando la violencia y haciendo “chistes” de ella y del acoso que se viven todos los días.
Hombres que se dan el lujo de llamarse el “ADN 48”, o decir que no fueron el ADN 68 porque no estaban ahí, son la muestra clara de la misoginia que viven las mujeres todos los días el claro ejemplo de que, aunque soñemos en rosa, aún estamos muy lejos de garantizarle a las infancias el slogan de “sé lo que quieras ser”.
La cantidad de hombres involucrados en el abuso y los muchos que comentan sobre ello nos lleva a reflexionar sobre la normalización y perpetuación de la cultura de la violación y el machismo en nuestra sociedad. La agresión sexual y el abuso son síntomas de un sistema que no valora y respeta la autonomía y dignidad de las mujeres. En lugar de centrarnos únicamente en los perpetradores individuales, debemos cuestionar cómo nuestras estructuras sociales y culturales pueden contribuir a este tipo de violencia.
Esta trágica historia nos obliga a reflexionar sobre cómo podemos construir un mundo más justo y seguro para todas las mujeres y niñas. Independientemente de su origen o estatus migratorio. Debemos comprometernos a escuchar y amplificar las voces silenciadas. A trabajar para crear un futuro en el que todas las personas, sin importar su género o lugar de origen, puedan vivir con dignidad, respeto y libertad. Solo entonces podremos avanzar hacia un mundo más igualitario y empoderado para todos.
Nos leemos en la siguiente columna. Quizás ésta nos deja un amargo sabor de boca, como la realidad misma, que nunca será tan rosa como lo quisiéramos.