Las campañas han iniciado, aunque los partidos políticos dicen que solo es la contienda para elegir a su candidato presidencial. A nosotros nos queda claro que, aunque no estén en tiempo electoral, estás movilizaciones han sido disfrazadas para no infringir la ley.
Más allá de entender de política, me gustaría hablar de lo que en esta elección se está jugando. Eso sería la posible candidatura a la Presidencia de la República de una mujer y en determinado caso una mujer presidenta.
Más allá de la frase, México con “M” de mujer, la reflexión debería centrarse en cuál es esa visión de mujer que quieren construir los partidos. Qué postura política se tiene y reconocer que no basta ser de izquierda para tener políticas públicas incluyentes. Porque no basta con ser mujer para reconocer la desigualdad, ya habíamos hablado que eso no nos excluye del machismo, racismo y clasismo que ejercemos.
Sin embargo, vamos despacio, en redes sociales he leído muchas razones por las cuales votar por Xochitl o por Claudia, sólo porque son mujeres y son feministas. Ser feminista, estar por la igualdad, la libertad, las oportunidades de las mujeres exige un cambio de las estructuras sociales, culturales, simbólicas, pero también económicas.
Mujeres de derechas (y algunas de izquierda) no pueden ser consideradas feministas. Ya que la derecha siempre ha estado en su lugar de privilegio y nulo cuestionamiento. Y que quede claro que no es demeritar sus avances, porque son Mujeres y Reaccionarias, tomando espacios y siendo conscientes de luchas, pero siempre acompañadas de la derecha.
Son mujeres situadas en contextos muy masculinizados pero que en ocasiones logran ese rol protagonista porque funcionan como ese escudo. Uno que permite a la extrema derecha enarbolar esa bandera. “Ellas son las auténticas mujeres frente a lo que proclaman las feministas”
El “feminismo de derecha”, en tanto es parte de la filosofía liberal. Asume que la responsabilidad por superar las diferencias entre hombres y mujeres es de cada persona, de cada mujer en particular.
Este feminismo, si bien se ha unido, en ocasiones con bastante efectividad, a las demandas para erradicar la violencia física y sexual, o incluso para reivindicar derechos reproductivos, como la despenalización del aborto (aunque en Puebla no), pero al no discutir la desigualdad material, no tiene la misma mirada que los feminismos de izquierda o comunitarios sobre violencias más sutiles, pero no menos perversas, como la violencia económica y patrimonial.
El feminismo liberal se ha concentrado en impulsar discursos de empoderamiento y “anti victimización”. En los que se terminan exaltando características asociadas a la masculinidad, tales como la capacidad de organización, de superación y de esfuerzo personal. Esto para conseguir llegar a la “meta”, que normalmente constituye entrar en un campo, ocupar un puesto o igualar un ingreso típicamente masculinos, sin considerar condiciones estructurales sistémicas o históricas.
Para este tipo de feminismos, no cabe la crítica al capitalismo como modo de producción social. Porque ven en el sistema productivista, en el crecimiento económico y en el progreso tecnológico el avance de la humanidad.
Entonces ¿puede el Feminismo ser de derecha? ó ¿sólo ser de izquierda y feminista es la solución? La pregunta en sí es muy compleja, porque los feminismos son varios y diversos. Pero hay límites y diferencias importantes en cuanto a la crítica que cada uno hace al patriarcado. Diferencias fundamentales con respecto a cómo se comprende el mundo y sus violencias.
Desde donde estoy parada debo reconocer que he visto a muchas mujeres de derecha haciendo ruido en sus partidos. Que han avanzado en contra de la violencia física y sexual y a favor de la despenalización del aborto en todos los casos. Y debo decir que tampoco me representan las figuras de izquierda que están en esos movimientos de forma patriarcal y conservadora en un disfraz de “cambio”.
Siempre he apostado y creido que los feminismos son capaces de analizar factores. Escuchar voces y cuestionar las condiciones estructurales, las desaiguladades y las opresiones históricas, que comprenden que el patriarcado se manifiesta tanto en el ámbito simbólico y cultural como en el económico y material, y que afecta de forma diferenciada a distintos hombres y a distintas mujeres.
Creo que ha llegado el momento de que nos demuestren que las mujeres de derecha y mucho menos las de izquierda van a permitir que sus partidos mercadeen con nuestros derechos. Estamos hartas de que se nos vaya la vida en ello y la de ellas también de cierta forma.
Como diría Malena Pichot: “Nada, sólo quería decir que no se puede ser de derecha y feminista”, me representa. Pero también me representa la frase de “Ser mujer y de izquierda no basta para ser feminista”, y en este punto las mujeres deberíamos apostar a entrar más en espacios políticos desde nuestros cuestionamientos, desde nuestras violencias y desde las grandes diferencias estructurales que nos atraviesan.
Así que reconozco que los feminismos en los que creo proponen transformaciones y críticas más profundas y, definitivamente, le exigen al Estado y a la sociedad hacerse cargo efectivamente de garantizar la dignidad.
Nos leemos en la siguiente columna… Mientas, les deseo buena suerte para esta temporada electoral que aún no comienza, pero ya se siente como si lo fuera.